Desde que el ser humano comenzó a tener conciencia de sí mismo, se despertó en la humanidad la necesidad imperiosa de controlar el tiempo. Su primer paso hacia la comprensión de algo tan evidente fue desarrollar técnicas para medirlo.

En los comienzos se usaron relojes naturales, como el ciclo lunar, la alternancia del día y la noche o el ciclo anual del sol. Más tarde, sobre el siglo XIV y gracias al desarrollo tecnológico, aparecieron los primeros relojes de torre. 

Tradicionalmente los mayores relojes construidos fueron los de las iglesias, sobre todo porque estaban situados en la torre campanario y precisaban de grandes esferas, a la máxima altura posible, para que fueran bien visibles desde todo el pueblo y pudieran oírse las campanadas avisando las horas.

Un paseo por cualquiera de los pueblos que conforman nuestra Sierra de Aracena y Picos de Aroche nos hará disfrutar de estos maravillosos aparatos del tiempo que adornan las fachadas de nuestros templos e iglesias y nos trasladarán a una época en la que la prisa, la urgencia, la celeridad o la impaciencia no perturbaban al hombre.

Nacho Suárez Obel